A Economia de Francisco. ‘Urge uma nova narrativa da economia’. A vídeomensagem do Papa Francisco

Foto: Vatican Media

23 Novembro 2020

O evento "The Economy of Francesco", ou seja, 'A Economia de Francisco', realizado em Assis, Itália, nos dias 19 a 21 de novembro, concluiu com a vídeomensagem do Papa Francisco, proferida em italiano.

 

Segundo o Papa Francisco, "com a exclusão fica arranhada, na própria raiz, a pertença à sociedade na que se vive, desde o momento em que já não se está nos subúrbios, na periferia, ou sem poder, mas se está fora da sociedade. É a cultura do descarte, que não somente descarta, mas que obriga a viver no próprio descarte, que deixa invisíveis por detrás do muro da indiferença e do conforto".

 

Para superar esta situação, atesta o papa Francisco, "que não basta concentrar-se e buscar paliativos no terceiro setor ou em modelos filantrópicos. Ainda que este trabalho é crucial, não sempre ele é capaz de assumir estruturalmente os atuais desajustes que afetam aos mais excluídos e perpetuam, sem querer, as injustiças que pretendem reverter. Porque não se trata somente ou exclusivamente de socorrer as necessidades mais básicas de nossos irmãos. É preciso assumir estruturalmente que os pobres têm dignidade suficiente para sentar-se nos nossos encontros, participar de nossas discussões e levar o pão para as suas mesas. E isto é muito mais que assistencialismo. Estamos falando de uma conversão e transformação de nossas prioridades e do lugar do outro em nossas políticas e na ordem social".

 

 

A seguir publicamos a íntegra da mensagem, em espanhol.

 

Eis a mensagem. 

 

Queridos jóvenes, buenas tardes.

 

Gracias por estar allí, por todo lo que trabajaron y se comprometieron estos meses a pesar de los cambios en el programa; lejos de desanimarse supe del nivel de reflexión, calidad, seriedad y responsabilidad con que trabajaron: no dejaron afuera nada de lo que les alegra, preocupa, indigna y moviliza a cambiar.

 

La idea original era encontrarnos en Asís para inspirarnos en las huellas de san Francisco. Desde el Crucifijo de San Damián y desde otros rostros —como el del leproso— el Señor le salió al encuentro, lo convocó y lo envió con una misión; lo despojó de los ídolos que lo aislaban, de las perplejidades que lo paralizaban y encerraban en la habitual flojera del “siempre se hizo así” — esta es una debilidad — o de la tristeza dulzona e insatisfecha de los que viven sólo para sí, para regalarle la capacidad de entonar un canto de alabanza, signo de alegría, libertad y entrega. Por eso para mí este encuentro virtual en Asís no es un punto de llegada sino el puntapié inicial de un proceso que estamos invitados a vivir como vocación, como cultura y como pacto. Como vocación, cultura y pacto.

 

La vocación de Asís

 

«Ve, Francisco, repara mi casa que, como ves está en ruinas». Estas fueron las palabras que movilizaron al joven Francisco y que se vuelven un llamado especial para cada uno de nosotros. Cuando se sienten convocados, involucrados y protagonistas de la “normalidad” a construir, ustedes saben decir “sí”, y eso da esperanza. Sé que aceptaron esta convocatoria de forma inmediata porque son capaces de ver, analizar y experimentar que, así como vamos, no podemos seguir, lo mostró claramente el nivel de adhesión, inscripción y participación a este pacto, que ha ido más allá de las capacidades. Ustedes manifiestan una sensibilidad e inquietud especial para identificar los aspectos cruciales que nos reclaman. Lo hicieron desde una perspectiva particular: la economía, que es su ámbito de investigación, estudio y trabajo. Saben que apremia otra narración económica, se necesita asumir responsablemente que «el actual sistema mundial es insostenible desde diversos puntos de vista»[1] y golpea principalmente a nuestra hermana tierra, tan gravemente maltratada y expoliada, y a los más pobres y excluidos. Van unidos: tú espolias la tierra y habrá muchos pobres excluidos. Ellos son los primeros afectados… e incluso, los primeros olvidados.

 

Pero cuidado con dejarse convencer de que esto sea sólo un recurrente lugar común. Ustedes son mucho más que un “rumor” superficial y pasajero que se adormece y narcotiza con el tiempo. Si no queremos que esto pase, están llamados a incidir concretamente en vuestras ciudades y universidades, trabajos y sindicatos, emprendimientos y movimientos, cargos públicos y privados con inteligencia, empeño y convicción para llegar al núcleo y al corazón donde se gestan y deciden los relatos y paradigmas.[2] Esto me movilizó a invitarlos a realizar este pacto. La gravedad de la situación actual, que la pandemia de Covid puso aún más en evidencia, exige una responsable toma de conciencia de todos los actores sociales, de todos nosotros, entre los que ustedes tienen un papel primordial: las consecuencias de nuestras acciones y decisiones los afectarán en primera persona, por tanto, no pueden quedarse afuera de la gestación no ya de vuestro futuro sino de vuestro presente. No pueden permanecer fuera de donde se gesta el presente y el futuro. O están involucrados o la historia los aventajará.

 

Una nueva cultura

 

Necesitamos un cambio, queremos un cambio, buscamos un cambio.[3] El problema surge cuando nos damos cuenta de que para muchas de las dificultades que nos acucian no contamos con respuestas suficientes e inclusivas; es más, padecemos de una fragmentación en los diagnósticos y análisis que terminan por paralizar toda posible solución. Básicamente nos falta la cultura necesaria que posibilite y estimule la puesta en marcha de miradas distintas plasmadas en un tipo de pensamiento, de política, de programas educativos e, incluso, de una espiritualidad que no se deje encerrar por una única lógica dominante.[4] Si bien urge encontrar respuestas, es imperioso fomentar y alentar liderazgos capaces de gestar cultura, iniciar procesos —no se olviden de esta palabra: iniciar procesos—, marcar caminos, ampliar horizontes, crear pertenencias… toda búsqueda de administrar, cuidar y mejorar nuestra casa común —si quiere ser significativa— reclama cambios en «los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, en las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad».[5] Sin realizar esto, no harán nada.

 

Necesitamos liderazgos comunitarios e institucionales que puedan asumir los problemas sin quedar prisioneros de estos y de las propias insatisfacciones y así desafiar el sometimiento —tantas veces inconsciente— a ciertas lógicas (ideológicas) que terminan por justificar y paralizar toda acción ante las injusticias. Recordemos, por ejemplo, como bien señaló Benedicto XVI, que el hambre «no depende tanto de la escasez material, cuanto de la insuficiencia de recursos sociales, el más importante de los cuales es de tipo institucional».[6] Si son capaces capaz de resolver esto, tendrán el camino abierto para el futuro. Repito el pensamiento del papa Benedicto: el hambre no depende tanto de la escasez material, cuanto de la insuficiencia de recursos sociales, el más importante de los cuales es de tipo institucional.

 

La crisis social y económica que muchos padecen en carne propia y que está hipotecando el presente y el futuro en el abandono y la exclusión de tantos niños, adolescentes y familias enteras no tolera que privilegiemos los intereses sectoriales por encima del bien común. Debemos volver en cierta media a la mística del bien común. En ese sentido, permítanme resaltar un ejercicio que experimentaron como metodología para una sana y revolucionaria resolución de conflictos. Durante estos meses compartieron diversas reflexiones y marcos teóricos valiosos. Tuvieron la capacidad de encontrarse en doce ejes —las “aldeas”, así los llaman ustedes—: doce temáticas para debatir, discutir y encontrar caminos posibles. Vivieron la tan necesaria cultura del encuentro, que es lo opuesto a la cultura del descarte, que está de moda. Y esta cultura de encuentro propicia que muchas voces puedan sentarse en una misma mesa para dialogar, pensar, discutir y crear desde una perspectiva poliédrica, las diversas dimensiones y respuestas a los problemas globales que afectan a nuestros pueblos y democracias.[7] ¡Qué difícil es avanzar hacia soluciones reales cuando se desprestigió, calumnió y descontextualizó al interlocutor que no piensa como nosotros! Este descreditar, calumniar o descontextualizar al interlocutor que no piensa como nosotros es una forma de defenderse cobardemente de las decisiones que tendría que tomar para resolver tantos problemas. Nunca nos olvidemos de que «el todo es superior a la parte, y también es más que la mera suma de ellas»,[8] y de que «la mera suma de los intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad».[9]

 

Este ejercicio de encontrarse más allá de todas las legítimas diferencias es el paso fundamental para cualquier transformación que ayude a la gestación de una nueva mentalidad cultural y, por tanto, económica, política y social; porque no será posible comprometerse con grandes cosas sólo desde una perspectiva teórica o individual sin una mística que los anime, sin unos móviles interiores que den sentido, sin una pertenencia y un arraigo que dé aliento a la acción personal y comunitaria.[10]

 

Así el futuro será un tiempo especial donde nos sintamos convocados a reconocer la urgencia y la hermosura del desafío que se presenta. Un tiempo que nos recuerda que no estamos condenados a modelos económicos que centren su interés inmediato en las ganancias como patrón de medida y en la búsqueda de políticas públicas afines que ignoran el costo humano, social y ambiental de las mismas.[11] Como si contáramos con una disponibilidad absoluta, infinita o neutra de los recursos. No, no estamos forzados a seguir admitiendo y tolerando silenciosamente con nuestras prácticas «que unos se sientan más humanos que otros, como si hubieran nacido con mayores derechos»[12] o privilegios para el goce garantido de determinados recursos y servicios fundamentales.[13] Tampoco alcanza concentrarse y buscar paliativos en el tercer sector o en modelos filantrópicos. Si bien su labor es crucial, no siempre son capaces de asumir estructuralmente los actuales desajustes que afectan a los más excluidos y perpetúan, sin querer, las injusticias que pretenden revertir. Porque no se trata solo o exclusivamente de socorrer las necesidades más básicas de nuestros hermanos. Es necesario asumir estructuralmente que los pobres tienen la dignidad suficiente para sentarse en nuestros encuentros, participar de nuestras discusiones y llevar el pan a sus mesas. Y esto es mucho más que asistencialismo. Estamos hablando de una conversión y transformación de nuestras prioridades y del lugar del otro en nuestras políticas y en el orden social.

 

En pleno siglo XXI «ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está fuera».[14] Pongan cuidado a esto: con la exclusión queda dañada, en su misma raíz, la pertenencia a la sociedad en la que se vive, desde el momento en que ya no se está en los suburbios, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera de ella. Es la cultura del descarte, que no sólo descarta, sino que obliga a vivir en el propio descarte, que deja invisibles tras el muro de la indiferencia y del confort.

 

Recuerdo la primera vez que vi un barrio cerrado. No sabía que existían. Fue en 1970. Tuve que ir a visitar algunos noviciados de la Compañía, y llegué a un país y, luego, pasando por la ciudad, me dijeron: “No, por ahí no se puede ir, porque es un barrio cerrado”. En el interior había muros, y dentro estaban las casas, las calles, pero cerrado: es decir, un barrio que vivía en la indiferencia. Me impresionó mucho ver esto. Pero después esto ha aumentado, aumentado..., y estaba en todas partes. Pero te pregunto: ¿Tu corazón es como un barrio cerrado?

 

El pacto de Asís

 

No podemos permitirnos seguir postergando algunas cuestiones. Esta enorme e inaplazable tarea exige un compromiso generoso en el ámbito cultural, en la formación académica y en la investigación científica, sin perdernos en modas intelectuales o poses ideológicas —que son islas—, que nos aíslen de la vida y del sufrimiento concreto de la gente.[15] Es tiempo, queridos jóvenes economistas, emprendedores, trabajadores y empresarios, de arriesgarse a propiciar y estimular modelos de desarrollo, progreso y sustentabilidad donde las personas, pero especialmente los excluidos —en los que incluyo la hermana tierra— dejen de ser, en el mejor de los casos, una presencia meramente nominal, técnica o funcional para transformarse en protagonistas de sus vidas como del entero entramado social.

 

Esto no es algo nominal: están los pobres, los excluidos... No, no: que esa presencia no sea nominal, ni técnica, ni funcional, no. Es hora de que se conviertan en protagonistas de su vida y de todo el tejido social. No pensemos por ellos, pensemos con ellos. Recuerden el legado de la Ilustración, de las elites iluminadas. Todo por el pueblo, nada con el pueblo. Y eso no es bueno. No pensamos por ellos, pensamos con ellos. Y desde ellos aprendamos a dar el paso a modelos económicos que nos beneficiarán a todos porque el eje estructurante y decisional será determinado por el desarrollo humano integral, tan bien desarrollado por la doctrina social de la Iglesia. La política y la economía no deben «someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia. Hoy, pensando en el bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida humana»[16]. Sin esta centralidad y direccionalidad quedaremos presos de una circularidad alienante que lo único que perpetuará será dinámicas de degrado, exclusión, violencia y polarización: «La producción, al fin y al cabo, no tiene otra razón de ser que el servicio a la persona. Si existe, es para reducir las desigualdades, combatir las discriminaciones, librar de la esclavitud. […] No basta aumentar la riqueza común para que sea repartida equitativamente —no, no es suficiente esto—, no basta promover la técnica para que la tierra sea más habitable».[17] Tampoco esto es suficiente.

 

La perspectiva del desarrollo humano integral es una buena noticia a profetizar y efectivizar —y estos no son sueños: este es el camino— una buena noticia de profetizar y de efectivizar, porque nos propone reencontrarnos como humanidad en lo mejor de nosotros mismos: el sueño de Dios de aprender a hacernos cargo del hermano y del hermano más vulnerable (cf. Gn 4,9). «La grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre —la medida de la humanidad—. Esto es válido tanto para el individuo como para la sociedad»;[18] grandeza que debe encarnarse también en nuestras decisiones y modelos económicos.

 

Cuánto bien hace dejar resonar las palabras de san Pablo VI, cuando buscando que el mensaje evangélico permeara y guiara todas las realidades humanas escribía: «El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre —a todos los hombres y a todo el hombre—. […] Nosotros no aceptamos la separación de la economía de lo humano, el desarrollo de las civilizaciones en que está inscrito. Lo que cuenta para nosotros es el hombre, cada hombre, cada agrupación de hombres, hasta la humanidad entera».[19]

En este sentido, muchos de ustedes tendrán la posibilidad de actuar e incidir en decisiones macroeconómicas donde se juega el destino de muchas naciones. Estos escenarios también necesitan de personas preparadas, «mansas como palomas y astutas como serpientes» (Mt 10,16), capaces de «velar por el desarrollo sustentable de los países y la no sumisión asfixiante de éstos a sistemas crediticios que, lejos de promover el progreso, someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia».[20] Los sistemas de crédito son por sí solos un camino hacia la pobreza y la dependencia. Este legítimo clamor requiere suscitar y acompañar un modelo de solidaridad internacional que reconozca y respete la interdependencia entre las naciones y favorezca los mecanismos de control capaces de evitar todo tipo de sometimiento, así como velar por la promoción especialmente de los países sumergidos y emergentes; cada pueblo está llamado a volverse artífice de su destino y del mundo entero.[21]

 

***

 

Queridos jóvenes: «Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos».[22] Un futuro imprevisible ya está en gestación; cada uno de ustedes, desde su lugar de acción y decisión puede aportar mucho; no elijan los atajos que seducen y les impiden mezclarse para ser levadura allí donde se encuentran (cf. Lc 13,20-21). Nada de atajos, levadura, ensuciarse las manos. Pasada la crisis sanitaria en la que nos encontramos, la peor reacción sería de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. No se olviden que de una crisis no se sale igual: salimos mejor o peor. Alimentemos lo bueno, aprovechemos la oportunidad y pongámonos todos al servicio del bien común. Ojalá que al final ya no estén “los otros”, sino aprendamos a desarrollar un estilo de vida capaz de decir “nosotros”.[23] Pero un “nosotros” grande, no un “nosotros” pequeño y después “los demás”, no; esto no va.


La historia nos enseña que no hay sistemas ni crisis que hayan podido anular por completo la capacidad, el ingenio y la creatividad que Dios sigue alentando en los corazones. Con dedicación y fidelidad a vuestros pueblos, a vuestro presente y a vuestro futuro, ustedes pueden unirse a otros para tejer una nueva manera de forjar la historia. No teman involucrarse y tocar el alma de las ciudades con la mirada de Jesús; no teman habitar sin miedo los conflictos y encrucijadas de la historia para ungirlos con el aroma de las bienaventuranzas. No teman, porque nadie se salva solo. Nadie se salva solo. A ustedes jóvenes provenientes de 115 países, los invito a reconocer que nos necesitamos para gestar esta cultura económica capaz de «hacer que germinen sueños, suscitar profecías y visiones, hacer florecer esperanzas, estimular la confianza, vendar heridas, entretejer relaciones, resucitar una aurora de esperanza, aprender unos de otros, a crear un imaginario positivoque ilumine las mentes, enardezca los corazones, dé fuerza a las manos, e inspire a los jóvenes —a todos los jóvenes, sin excepción— la visión de un futuro lleno de la alegría del Evangelio».[24] Gracias.

 

Notas:

 

[1] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 61. En adelante LS.

[2] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 74. En adelante EG.

[3] Cf. Discurso en el Encuentro mundial de los movimientos populares, Santa Cruz de la Sierra (9 julio 2015).

[4] Cf. LS, 111.

[5] S. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 58.

[6] Carta enc. Caritas in veritatis (29 junio 2009), 27.

[7] Cf. Discurso al Seminario “Nuevas formas de solidaridad” organizado por la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales (5 febrero 2020). Recordemos que «la verdadera sabiduría, producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las personas, no se consigue con una mera acumulación de datos que termina saturando y obnubilando, en una especie de contaminación mental» (LS, 47).

[8] EG, 235.

[9] Carta. enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020), 105. En adelante FT.

[10] Cf. LS, 216.

[11] Propiciando, si es necesario, la evasión fiscal, el no cumplimiento de los derechos de los trabajadores, así como «la posibilidad de corrupción por parte de algunas de las empresas más grandes del mundo, no pocas veces en sintonía con el sector político gobernante» (Discurso al Seminario “Nuevas formas de solidaridad”, cit.).

[12] LS, 90. Por ejemplo «culpar al aumento de la población y no al con­sumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los problemas. Se pretende legitimar así el modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de consumir en una proporción que sería imposible generalizar, porque el planeta no podría ni siquiera contener los residuos de semejante consumo» (LS, 50).

[13] Si bien todos contamos con la misma dignidad, no todos parten del mismo lugar y con las mismas posibilidades a la hora de pensar el orden social. Esto nos cuestiona y nos exige pensar en caminos para que la libertad y la igualdad no sea un dato meramente nominal propenso a promover injusticias (cf. FT, 21-23). Nos hará bien preguntarnos: «¿Qué ocurre sin la fraternidad cultivada conscientemente, sin una voluntad política de fraternidad, traducida en una educación para la fraternidad, para el diálogo, para el descubrimiento de la reciprocidad y el enriquecimiento mutuo como valores?» (FT, 103).

[14] EG, 53. En un mundo de virtualidades, cambios y fragmentación, los derechos sociales no pueden ser solamente exhortativos o apelativos nominales, sino que han de ser faro y brújula para el camino porque «la salud institucional de una sociedad tiene consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana» (LS, 142).

[15] Cf. Const. ap. Veritatis gaudium (8 diciembre 2017), 3.

[16] LS, 189.

[17] S. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 34. En adelante PP.

[18] Benedicto XVI, Canta enc. Spe Salvi (30 noviembre 2007), 38.

[19] PP, 14.

[20] Discurso a la Asamblea General de la ONU (25 septiembre 2015).

[21] Cf. PP, 65.

[22] FT, 77.

[23] Cf. ibíd., 35.

[24] Discurso al inicio del Sínodo dedicado a los jóvenes (3 octubre 2018).

 

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