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Colômbia. 'La paz viene de adentro'. Entrevista a Francisco de Roux

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02 Fevereiro 2018

Compartimos la entrevista del diario El Tiempo al jesuita colombiano Francisco de Roux, recientemente nombrado director de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición.

Durante el primer mes del 2018, millones de colombianos se han dedicado a abonar el terreno para cumplir sus propósitos del año: hábitos más saludables, estabilidad económica y laboral, pero también armonía, perdón, reconciliación y paz interior. Estos últimos son, además, propósitos que tiene el país en su conjunto, en momentos de intensa polarización e incertidumbre por la aplicación del Acuerdo de Paz con las Farc y las conversaciones con el ELN.

La entrevista es de Jimena Patiño Bonza, publicada por Jimena Patiño Bonza - Revista Carrusel, 01-02-2018.

¿Cómo encontrar, entonces, la forma de perdonar y ser optimistas frente al futuro del país? ¿Cómo buscar la paz interior en una sociedad que lucha por disminuir los odios y los conflictos entre civiles, militares, combatientes y excombatientes? El sacerdote jesuita Francisco de Roux, director de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, tiene algunas respuestas.

Francisco de Roux (Foto: Susana Rocca | IHU)

La trayectoria de De Roux (Cali, 1943) lo posiciona como una figura clave en el proceso de reconstrucción del país y en el camino hacia el posconflicto. Su vida académica incluye un pregrado en Filosofía y Letras en la Pontificia Universidad Javeriana, una maestría en Economía en la Universidad de Los Andes, una maestría por investigación en The London School of Economics and Political Science y un doctorado en Economía del Desarrollo en la Universidad de la Sorbona en París.

Sin embargo, su trabajo en el país impresiona aún más que su extenso currículo académico. De Roux se desempeñó como subdirector y director general del Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep), y lideró el Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, una iniciativa que capacitó a los habitantes de 29 municipios de esa región y financió sus proyectos de desarrollo sostenible, por lo cual recibió el Premio Nacional de Paz en el 2001.

El padre también ha estado a la cabeza de la comunidad jesuita en Colombia y, más recientemente, de la ONG Centro de Fe y Culturas, en Medellín. Desde allí conversó con Carrusel, y allí mismo se prepara para su labor en la Comisión “en horas de silencio, pidiéndole al misterio que nos da la vida que nos ayude a todos, que nos dé comprensión de los demás, sabiduría y humildad (…)” dice.

Vea la entrevista aquí.

Colombia busca la paz, la verdad y la reconciliación. ¿Cómo aplicar estos conceptos desde lo individual?

La paz social empieza por nosotros mismos. Tener un corazón en paz es posible si en primer lugar comprendemos que hay que dedicarle todos los días un rato al silencio, para que escuchemos lo más hondo que hay en nuestro interior. Esto nos ayuda a aceptarnos a nosotros mismos como somos y nos invita a ser compasivos con los demás, nos permite comprender nuestra fragilidad y nuestra vulnerabilidad, y nos ayuda a comprender que también los otros son frágiles y vulnerables.

En el silencio interior empieza la paz profunda. Pero este año, sobre todo, ir tras la verdad es absolutamente importante. Primero la verdad de nosotros mismos (…) y luego poder mirar la historia de Colombia, sobre todo en los últimos 50 años. Creo que solo desde ahí, cuando uno tiene el coraje de ver las cosas dolorosas y las cosas alegres, las malas y las buenas, se puede construir algo distinto.

En la calle, en las redes sociales y hasta en las familias se manifiesta la polarización. ¿Cómo hacer a un lado las pasiones políticas y entrar en sintonía con la reconciliación?

Tenemos que hacer algo muy importante que el Papa nos enseñó aquí: pongámonos por encima de eso que es una verdadera enfermedad social. Hay un trauma muy profundo en Colombia (…), un dolor montado sobre ideologías muy duras, que se excluyen unas con otras. Por eso en las familias se pelea, las abuelas tienen que decir que no hablen de política porque se acaba la familia, las empresas familiares se rompen, y estamos en eso, todos participamos de ese trauma (…).

La única forma de superarlo es, por encima de las posiciones políticas, mirar el dolor de los colombianos. Hay que tener el coraje de ir a ver a los que más han sufrido. Es el dolor de la gente el que nos puede liberar de posiciones políticas estúpidas, que nos polarizan y nos revientan, y que además se montan sobre mentiras, sobre verdades falsas, porque lo que interesa es ganar votos.

Muchos colombianos ven a los excombatientes de las Farc como enemigos. ¿Qué les diría a estas personas?

Que son seres humanos como nosotros, que cometieron errores, como otros los cometieron en niveles espantosos de corrupción, en mentiras y actividades criminales graves. Que todos nosotros somos una mezcla de cosas buenas y de cosas malas, y en circunstancias inmanejables de miedo o en ilusiones ideológicas, todos podemos cometer errores. Que en este momento en que ellos han tomado la decisión de abandonar esa lucha armada, tengamos la grandeza de recibirlos y aceptarlos para construir un país distinto. Que en la medida en que los marginemos, los pongamos contra la pared y sigamos desatando la desconfianza contra ellos, pues en lugar de construir, lo que vamos a hacer finalmente es obligarlos a que vuelvan al tipo de comportamiento que a ellos y a nosotros nos hizo tanto daño.

Usted ha sido tocado por la violencia del conflicto en múltiples ocasiones. ¿Cuál fue el episodio que más lo afectó y cómo logró perdonar?

Lo que más me dolió fue la muerte de mis compañeros de trabajo. De todos, pero llevo sobre todo mucho dolor por la muerte de las mujeres; por ejemplo, el asesinato de Alma Rosa Jaramillo, que era una abogada que vino a trabajar con nosotros al Magdalena Medio. La secuestró primero el ELN, logramos que la liberaran, luego la secuestraron los paramilitares y la encontramos otra vez, pero cuando la encontramos, le habían serruchado los brazos con una motosierra, le habían serruchado las piernas y le tajaron la cabeza. Lo mismo el asesinato de Cecilia Lasso, con un bate de béisbol para no dejar marcas de balas. La mataron a ella y a su niña.

Fueron cosas muy horribles, y me dolió porque eran compañeras de trabajo, de extraordinaria generosidad, de esa fuerza que tiene la mujer cuando se entrega por la causa de la paz, que siempre estuvieron en contra de la lucha armada y en defensa de los Derechos Humanos. Sin embargo, sí he perdonado a los asesinos, porque sé que detrás de esos asesinatos hay muchas oscuridades en Colombia, hay mucho dolor, hay muchas inseguridades; está la estupidez de pensar que a través de la violencia se pueden corregir las cosas, está la insensatez de comenzar a señalar a inocentes como responsables de cosas absurdas, y creo que si no nos perdonamos, esto no tiene salida.

Usted ha dicho en su cuenta de Twitter que parte de perdonar es encontrar justicia. ¿Cómo comprender la justicia en este período de transición a una Colombia sin conflicto?

Creo que tenemos que comprender el sentido de la justicia transicional o restaurativa, que no se usa para vengarse sobre el otro ni para castigarlo lo más que se pueda, sino para transformar a la persona que estuvo metida en procesos oscuros y transformarnos también a nosotros mismos. Pero eso se hace con sentencia, con restricción de la libertad y también con respeto de la persona, a la cual se acoge para que podamos construir juntos (…).

Tenemos que comprender que este país lo construimos entre todos: los que estuvieron en la guerra como paramilitares o guerrilleros o militares, y los políticos, incluidos los que fueron corruptos. O este país lo construimos entre todos o se acaba, aquí no hay futuro para nadie. Pero para poder hacerlo, todos y todas tenemos que cambiar.

¿Qué implica ese cambio? ¿Qué acciones concretas se pueden poner en práctica?

Lo primero y lo más fácil es la no colaboración, esto lo enseñó Gandhi (…). En Colombia deberíamos tomar una actitud de no colaborar con nada que acreciente entre nosotros los odios, los señalamientos, las desconfianzas, las incitaciones a la violencia… No debemos colaborar con nadie que esté en esa línea, no replicar por Twitter o por Whatsapp las cosas que hieren, no empujar las verdades falsas, no acompañar a nadie que quiera más guerra o que quiera más violencia... Eso sería lo primero.

Luego hay que ir más a fondo; tenemos que luchar todos en contra de la corrupción (…). Los empresarios tienen que cambiar y comprender que se debe incorporar a la economía formal a nuestros barrios pobres, al campesinado que se tuvo que meter en las locuras de la economía criminal porque no ha tenido entrada en la economía formal. Tienen que cambiar los políticos, para que terminen con la corrupción y con los engaños que le hacen al pueblo. Tiene que cambiar la educación, tiene que incorporar la historia de este país para que todos comprendamos, pero sobre todo formar en valores, en respeto a la dignidad humana. Tiene que cambiar el país en general, en el sentido de superar las desigualdades tan profundas… Tenemos que cambiar los que tenemos algún liderazgo espiritual, para hacernos creíbles, para estar al lado del sufrimiento humano, para tener autoridad moral... Todos tenemos que cambiar.

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