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04 Junho 2020

Carlos Antonio Felipe Di Pietro y Raúl Eduardo Rodríguez. Argentina, †1976

Seminaristas Asuncionistas desaparecidos el 4 de junio de 1976

Noche negra en Manuelita
El operativo de un grupo de tareas que secuestró a miembros de una comunidad cristiana mientras buscaba a un sacerdote montonero.

En 1980, mientras el papa Juan Pablo II iniciaba su viaje pastoral a Brasil, el sacerdote asuncionista Jorge Adur, capellán del grupo guerrillero Montoneros, intentaba entrevistarse personalmente con el Pontífice. La guerrilla se había militarizado irracionalmente, había lanzado una desesperada contraofensiva y mandaba al muere descarnadamente a sus militantes. La entrevista entre el sacerdote y el Papa polaco nunca se produjo; Wojtyla regresó al Vaticano, y de Adur nunca se supo su destino. Se cerraba así un círculo de muerte que había perseguido al asuncionista desde la noche de junio de 1976, cuando muchos de los jóvenes que trabajaban con él, fueron desaparecidos de lugares como San Isidro, Vicente López y San Miguel.

¡Aniquilen a los asuncionistas!

En la madrugada del 4 de junio de 1976 se sintió el frío de la muerte en las polvorientas calles de tierra del barrio Manuelita, en San Miguel. Varios automóviles irrumpieron a gran velocidad, llevando en su interior a nutrido grupo de personas, algunos de civil y otros con ropa de fajina militar, portando armas de puño y armas largas. Un hombre de civil comandaba el operativo, y mientras algunos se apostaban en el cruce de calles, otros recorrían las casas buscando al cura Jorge Adur. Muchos fueron sacados de sus sueños, arrastrados por la casa y llevados a la vereda, donde eran interrogados.

Pero el sacerdote, que solía pernoctar en una casa que alquilaban junto a otros integrantes de la congregación, no apareció y nadie sabía donde se encontraba. Los otros asuncionistas estudiaban teología en el Colegio Máximo de San Miguel, perteneciente a la Compañía de Jesús, y que se ubica a pocas cuadras donde ocurrieron los hechos. Los que se llevaron la peor parte del operativo fueron los hermanos Carlos Antonio Di Pietro y Raúl Eduardo Rodríguez, quienes fueron golpeados y torturados. Algunos dicen que también les dispararon, y que fueron envueltos en frazadas y subidos a uno de los vehículos que participaba del operativo y retirados del lugar. Otros dicen que lo que se llevaron en los bultos eran libros que había en las habitaciones de la casa.

Los dos asuncionistas habían trabajado con jóvenes de Acción Católica, en las villas del norte del Gran Buenos Aires y en misiones en el interior del país. Habían estudiado en la UBA, donde cursaron algunas materias en la Facultad de Filosofía y Letras en 1973, hasta que son enviados a estudiar al Máximo. Lo cierto es que los religiosos no salieron muertos del lugar el día del procedimiento, pues a las 11.45 el superior de la Congregación de los Asuncionistas recibió un llamado telefónico de Di Pietro, quien le preguntó por el padre Adur. "Recibimos un telegrama para él y se lo tenemos que entregar", dijo la voz quebrada del seminarista. El superior se extrañó de la llamada, y de inmediato recogió alguna información y se enteró de lo que ocurrió horas antes. De inmediato se comunicó con Monseñor Menéndez, obispo de San Martín, bajo cuya órbita se encontraba el barrio afectado, para informarle de lo sucedido. Por su parte el mismo superior presente un recurso de hábeas Corpus en el Juzgado Federal Nº3 de San Martín a favor de Di Pietro y Rodríguez. El texto fue presentado ante el Ministerio de defensa y la Policía Federal, y ésta última respondió que Rodríguez no se encontraba en dependencias de la institución.

Contra la Unidad

Pero no fue el único operativo que realizaron aquella madrugada, ya que horas antes había sido secuestrado y asesinado el seminarista obrero Juan Ignacio Isla Casares, de la parroquia Nuestra Señora de la Unidad de Olivos. Otros integrantes de la misma comunidad, y que colaboraban en el barrio Manuelita, fueron secuestrados aquella misma jornada, y tampoco volvieron a aparecer. Algunos se relacionaban con la Fraternidad del Evangelio, mientras que otros eran de la JIC (Juventud Independiente Cristiana). Entre los desaparecidos de aquella jornada se encuentran María Fernanda Noguer (San Isidro), José Villar, Alejandro Sackman, Esteban Garat (Vicente López), Valeria Dixon de Garat (Vicente López) y Roberto van Gelderen.

Era evidente que el cerco intentaba cerrarse sobre el cura Adur, quien además era el superior de la congregación, pero el sacerdote logró eludir a sus captores en varias oportunidades, manteniéndose en la clandestinidad, hasta lograr salir del país. Mientras permanece oculto, el asuncionista Roberto Favre realiza gestiones ante el nuncio apostólico Pío Laghi quien, en uno de sus habituales encuentros tenísticos con el almirante Eduardo Massera, logra la autorización para que Adur salga del país.

Los seminaristas del barrio Manuelita
La historia de dos religiosos asuncionistas, que desarrollaban su tarea pastoral en San Miguel, estudiaban en el Colegio Máximo, y fueron secuestrados de su propia casa ubicada en el barrio obrero conocido como Manuelita.

En tiempos de sacerdotes pedófilos, obispos garantes de banqueros corruptos y arzobispos acosadores de seminaristas es necesario rescatar a los eclesiásticos que no traicionaron a su vocación. Durante la década del ´70 murieron en circunstancias sospechosas dos obispos, desaparecieron numerosos sacerdotes, algunas monjas, una gran cantidad de laicos y también seminaristas. La mayoría desarrollaban tareas pastorales en barrios obreros, villas o simplemente acompañaban a personas que buscaban a sus familiares desaparecidos. San Miguel, ciudad vecina a la mayor guarnición militar del país, no podía escapar a las garras de uniforme y entre centenares de casos, se registró la desaparición de dos seminaristas. Los religiosos pertenecían a la congregación de los asuncionistas, grupo religioso de origen francés que tiene como centro destacado en el Gran Buenos Aires el Santuario de la Virgen de Lourdes, en Santos Lugares. Los muchachos, ambos mayores de treinta años y a punto de ser ordenados sacerdotes, todavía son recordados por los feligreses del barrio Manuelita que los conocieron y tuvieron trato cotidiano con ellos.


La desaparición ocurrió la fría mañana del 4 de junio de 1976, antes de las 7 de la mañana, cuando se realizó un impresionante operativo militar en una humilde casita de la calle Balcarce, entre Güemes y Tupac Amaru. El dispositivo fue impresionante, se sabe que buscaban al sacerdote asuncionista Jorge Adur, pero lo cierto es que se llevaron a los seminaristas Carlos Antonio Felipe Di Pietro y Raúl Eduardo Rodríguez. Sobre Adur, el único capellán guerrillero de los ´70, La Hoja escribió una serie de artículos a lo largo de 2003, y publicará nuevas revelaciones durante 2004, pero sobre los seminaristas desaparecidos poco o nada se escribió, pero en la memoria de quienes los conocieron hay datos como para saber quiénes fueron estos jóvenes.

Di Pietro

Carlos Di Pietro nació el 8 de agosto de 1944, en Buenos Aires. Fue criado como hijo único, aunque sus padres Antonio y Otilia adoptaron a una niña dos décadas más tarde.

Desde los 17 años trabajaba para ayudar a la economía familiar, lo que impidió que sus estudios secundarios fueran regulares. Su casa era muy pobre, y la situación se agravó con la muerte de su padre en 1970. La comunidad de los padres asuncionistas, en La Lucila, ejerció una influencia muy grande en su juventud, a tal punto que a los 22 años, en 1966, decide ingresar al seminario. Al principio no era disciplinado en el estudio, pero terminó el secundario en 1970, y en lo religioso hizo los primeros votos dos años más tarde.

Los estudios de Filosofía y Teología los cursó en el Colegio Máximo de los jesuitas de San Miguel, con notas que demuestran su capacidad, aunque no brillara como el mejor de la clase. Mientras estudiaba fue convocado para ser ayudante de cátedra de Teología en la facultad de medicina en la Universidad del Salvador. Durante los primeros años de seminario se lo describe como tozudo, indolente, intolerante a veces, con defectos en su humor en otras, pero solidario a la hora de la vida en comunidad, y con el transcurrir del tiempo llegó a ser factor de unidad y amabilidad en la comunidad donde se movía. El tiempo lo llevaría a definirse por un trabajo junto a los más humildes y organizar a los jóvenes.

Su tarea pastoral fueron diversas, desde las cátedras de Teología; pasando por las misiones en el interior del país dentro del proyecto de la Acción Misionera Argentina, llegando a ser Jefe del Equipo en Lavalle, Corrientes; y la atención del barrio Luna de Villa Tesei o Manuelita de San Miguel, junto a otros religiosos con los que vivía en comunidad.

El 30 de noviembre de 1975 hizo los votos perpetuos de castidad, pobreza y obediencia en el Santuario de Lourdes de Santos Lugares, estando presente el padre Julio Navarro, quien era entonces Provincial, es decir la máxima autoridad de la congregación en la provincia que componen la Argentina y Chile. Era un paso más en su camino hacia su consagración como sacerdote

Lo que esperaba de su vida como sacerdote era "poder querer mucho", pero íntimamente sentía un anhelo de una visión más utópica de la congregación, y eso se manifiesta claramente durante sus últimos meses de vida. La praxis del religioso no era mero voluntarismo sino la manifestación de una intensa vida interior, y eso se observa en su vida contemplativa, a tal punto que antes de desaparecer estaba por emprender una aventura espiritual a la que se sentía llamado.

Rodríguez

Raúl Rodríguez nació en Lobos, el 29 de marzo de 1947, y es muy poco lo que se sabe de su vida en el interior de la provincia de Buenos Aires. Cuando en 1967 llega al seminario ya había perdido a sus padres, pero se sabe que desde los 15 años trabajaba en una tienda de su tierra de origen. Es curiosa su llegaba al Centro Vocacional de los Asuncionistas, ya que se entera de su existencia a través de un aviso en la revista "Esquiú". Ingresa solo con estudios primarios, por lo que completa el secundario cursando tres años de manera regular y los dos últimos rindiendo materias libres.

Los estudios de Filosofía y Teología los cursa en el Colegio Máximo de San Miguel, y sus superiores en la congregación destacan su inteligencia, su capacidad de análisis, su forma clara de expresar su pensamiento, muy buen lector, principalmente de temas filosóficos. Su entusiasmo por el estudio lo llevaron a anotarse en la Universidad de Buenos Aires, para cursar filosofía paralelo a la cursada en el Máximo.

En 1972 realiza los primeros votos temporales, y manifiesta su alegría de estar en una congregación con un espíritu de libertad y de apertura que permite que surjan nuevos modos de evangelización. La vida en comunidad lo muestran como una persona sencilla, alegre, con interés por el otro y como factor de unidad y de oración, a tal punto que nunca entendió el apostolado como una tarea individual sino como parte de la tarea de la Congregación. Su amistad con Carlos Di Pietro lleva a ambos a animar grupos de jóvenes durante dos años seguidos, lo que provoca en Rodríguez el interés por perfeccionar sus conocimientos sobre conducción de grupos y además fundamentar lo que desea transmitir.

Formó parte del Consejo Pastoral de la capilla de La Lucila, junto a otros religiosos y laicos. La catequesis fueron un lugar apropiado donde se desarrolló, tanto en La Lucila como en Manuelita, y además se destacó su capacidad de diálogo con adultos y personas maduras y reflexivas, pero es en la influencia que ejercía en los jóvenes lo que motivó a sus superiores a incorporarlo al equipo de formadores.

Realizó sus votos perpetuos junto a su amigo Carlos, amistad que se profundiza a partir del silencio, la oración, la reflexión y la contemplación, características estas últimas que formaban parte de su personalidad de manera natural.

Por los barrios

El Concilio Vaticano II, con sus reformas litúrgicas y la necesidad de generar un nuevo impulso eclesiástico para dialogar con el mundo contemporáneo, y la Conferencia Episcopal de Medellín, realizada por los obispos de América Latina en Colombia, donde se anunció una "opción preferencial por los pobres", generaron un impacto muy fuerte en las comunidades eclesiales del continente. Como resultado de un trabajo pastoral más próximo con los humildes, los religiosos asuncionistas dejaron la capilla nuestra Señora de la Unidad de Olivos, donde funcionaba el seminario, y empezaron a trabajar en barrios pobres. En 1974 Carlos Di Pietro fue a realizar un trabajo pastoral al barrio Luna de Villa Tesei, junto con los seminaristas Luis Ramón Rendón y Paul Smolders, éste último de origen belga. Pero la experiencia duró poco porque el grupo se trasladó al barrio Manuelita, de San Miguel, donde la congregación compró una casa. Al grupo se sumaron Raúl Rodríguez y el sacerdote Jorge Adur.

La capilla de Manuelita se llamaba Jesús Obrero, por voluntad de los mimos vecinos que se congregaban desde mediados de los ´50 en la sociedad de fomento y resaltaban la condición de primer proletario de la región. Los jesuitas venían atendiendo pastoralmente el lugar desde fines de la década del ´60, y los asuncionistas llegaron para complementar el trabajo y para ello se instalaron de manera permanente a doscientos metros del templo en construcción. "Carlos y Raúl trabajaban con los jóvenes y los adolescentes y tenían un grupo no menor a veinte jóvenes, entre varones y mujeres. El trabajo religioso y social era muy bueno, incluso llegaron a realizar algunos retiros y entiendo que su función sacerdotal, evangelizadora la llevaban muy bien. Evangelizaban con mucha honestidad, cada uno con su visión, sus límites y su gracia", le contó a La Hoja un vecino que está instalado en el lugar desde hace cuarenta años y conoció el movimiento entorno a los religiosos. Consultado sobre un posible trabajo político que hayan realizado los dos seminaristas fue muy claro y contundente: "no estaban reclutando ni política ni militarmente a nadie. Yo lo sé porque trabajaba políticamente en el barrio, era dirigente de la Juventud Peronista, y no solo tenía contactos en la región sino también con Zona Norte y más o menos sabía quien era quien, así que puedo garantizar que los seminaristas no estaban trabajando para la organización Montoneros, como sí supimos que lo hacía el padre Jorge Adur", explicó Ahumada.

Los vecinos recuerdan la misa de aquellos días como muy abierta y participativa. "Habíamos pasado de la misa en latín y de espaldas a una misa más popular, así que sumamos a quien tocaba la guitarra, cantábamos cosas sencillas como para que a todos les gustara y pudieran participar. De hecho era participativa, como en el momento en que pedíamos alguna intención, donde cada uno podía hacer una proclama o pedir por algo en especial, sin recurrir a la clásica listita que resulta fría y sin sentimiento. El padre Jorge hacía las misas abiertas, y desde cualquier rincón uno oraba en común con el resto. Las homilías eran muy reflexivas, con comparaciones con la actualidad, es decir que actualizaba la proclama del Evangelio. De hecho Jesús hacía eso, a través de las parábolas enseñaba, con la actualidad de lo que la gente de ese tiempo entendía, y por eso habla de la oveja perdida, del germen de trigo, del hijo pródigo, y lo hace en un lenguaje sencillo sin negarle profundidad", contó la misma fuente.

Sobre el trabajo del sacerdote explicó que tuvo eficacia por la ayuda del grupo de seminaristas. "Adur era muy popular en el barrio, y tenía mucho que ver el trabajo social que él hacía, de todas maneras lo atractivo no era Jorge, sino el trabajo que realizaban los seminaristas en la semana, porque la tarea pastoral era integral, no la simple catequesis de fin de semana, sino que todos los días recorrían el barrio, por eso al ir a la misa uno se encontraba con un grupo descomunal de jóvenes para una capilla tan chica, con cuarenta o cincuenta jóvenes, que además llevaban a sus padres. Lo que se hacía todos los fines de semana eran encuentros con los jóvenes, con recreación y charlas; se usaba para eso las casas de los seminaristas, la de alguno de los chicos, la casa al lado de la capilla, según la circunstancia. Los sábados teníamos misa con Jorge y el domingo había otra misa", recordó Kelo.

Más allá de la misa, la casa de los seminaristas era muy abierta ya que todos los días, y no solo los fines de semana, había chicos del barrio que charlaban con los asuncionistas. "En muchos de esos encuentros venía gente de San Isidro, de otros lugares, y los traía Jorge. La idea de él es que nos relacionáramos, que compartiéramos experiencias, que conociéramos distintas vivencias. La casa era sencilla, dos habitaciones, un living, una cocina comedor, y habían hecho un altar chiquito para el misal, y al fondo un depósito, que era lavadero y lo hicieron pieza, es decir que cumplía esas tres funciones. El comedorcito era amplio, y se usaba para que los jóvenes se juntaran. Siempre, siempre era la lectura del Evangelio, no era discutir un documento político, sino el Evangelio, el comentario, el intentar comprenderlo y llevarlo a la vida diaria. A veces sufrían, porque estaban con los jóvenes y los adolescentes no se ubican de que uno tiene otros tiempos y otros ritmos, así que todas las noches tenían a alguien distinto en la casa, con quien charlaban, comían, hasta que los echaban cuando no los aguantaban más, a altas horas de la noche", explicó Ahumada.

La experiencia contemplativa

Cuando empezó el año 1976, Carlos y Raúl presentaron a sus superiores un proyecto de oración y contemplación. Ellos habían tenido contacto con el movimiento espiritual contemplativo "Soledad Mariana", basado en la oración, el silencio y la contemplación, y querían llevar adelante su propia experiencia de desierto, viviendo un tiempo en una estancia en Santa Cruz, donde se dedicarían a trabajar y a orar. Ya habían tomado contacto con un hombre del sur, y había un lugar donde se podrían ocupar del cuidado de ovejas, y a su vez rezar y reflexionar "cara a cara con Dios". No había un renegar de su vocación, sino se que lo entendían como un paréntesis para "vivir con mayor intensidad el aspecto contemplativo de su relación personal con Dios".

Los superiores aceptaron el proyecto, pero sugirieron algunas modificaciones, como por ejemplo llevarlo a cabo durante un tiempo corto (tres meses), en un campo de la provincia de Buenos Aires, de manera de no perder contacto con la comunidad regional y poder realizar un seguimiento desde la congregación. Las cartas que se conservan de ambos, referidas al proyecto, son muy elocuentes en cuanto a una opción hacia lo contemplativo, pero con menciones a la cruz y el martirio. Es indudable que se estaban preparando para una etapa superior, que ellos denominan "desierto", pero que los hechos no permitieron que se concretara.

En la Pascua de ´76 Raúl escribe: "lo único que sabemos es que el Señor nos quiere haciendo un desierto y por el momento no hay más cosas claras". En una carta anterior había manifestado: "me imagino que nuestra misión va a ser desde el silencio, desde la cruz. Mirando al mundo y todo lo que acontece, pienso que la Iglesia necesita de hombres y mujeres que se dejen traspasar, no solo por la mirada del Padre y de los hombres, sino también por los mismos clavos de la Cruz. Claro que esa sería una forma del martirio que entreveo... No es una idea fija, pero siento que es necesario dejarnos amasar y transformar totalmente por Dios. Sangrar sin sangrar, llorar sin llorar, o sea, ser totalmente redimidos para ser medios de redención".

Por su parte Carlos, en otra carta, expresa: "tenemos plena conciencia con Raúl que esto ya no es nuestro, sino bien de Dios y que nuestra propia vida ya no es nuestra sino del Señor. Son tiempos difíciles pero hermosos. Espiritualmente me siento muy igual a Jesús en su subida a Jerusalén, sabiendo que lo que le espera es difícil pero no puede dejar de hacerlo porque la hora se acerca".

El viernes 4 de junio de 1976, a las 7 de la mañana, llegaron varios automóviles a la casa de los asuncionistas. Bajaron personas con ropa de fajina militar, portando armas largas y comandados por un hombre de civil. Algunos se dispusieron en las calles, como para cerrar el paso, otros rodearon la casa y otros entraron. Treinta minutos más tarde se retiraron todos, cargan algunos bultos en los vehículos, y además se llevaron a Carlos y a Raúl, los únicos que estaban en el lugar.

Hacia las 11.45 el superior regional de la congregación, padre Roberto Favre, recibió un llamado telefónico de Carlos, quien pregunta por el padre Jorge Adur. El superior sospechó que algo raro estaba ocurriendo, y le respondió a su interlocutor que sabía muy bien que Adur no estaba allí. El seminarista se excusó diciendo que tenía un telegrama para entregarle a Adur, lo que le pareció una excusa torpe a Fravre, que volvió a insistir que Adur no se encontraba allí. "¡Que la paz de Jesús esté con vos! ¡Que la paz de Jesús esté con vos!", dijo el seminarista antes de cortar. Nunca más se supo de ellos.


Texto elaborado por Juan José Gravet en Mártires de la Iglesia Argentina  

 

 


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